Me recuerda al juego del ajedrez en donde según ataques
al adversario, éste emplea una guardia u otra, y como ocurre en este juego,
estas son por lo que se ve, ilimitadas. Realmente se produce una estrecha
comunión entre el deporte y la solidaridad, pues se trata de un deporte de
caballeros, en donde se comienza con un tímido saludo y se termina con un
abrazo afectuoso. Es gratificante ver como dos toros ensamblados en su máximo
rigor, a punto de querer destrozarse el uno al otro, finalizan su beligerancia con un gesto de sincera
fraternidad. Esto es realmente el deporte del jiu Jitsu, donde la bravura da
paso a la afectuosidad, la superioridad a la humildad y en donde el trabajo
duro se convierte en sacrificio.
Afectuosidad, humildad y sacrificio, tres palabras
entrañables, que son el fundamento de los mayores logros del devenir que nos
espera, y que juntos son la auténtica
fuerza que forman el alma del deportista que se precie como tal, pues
careciendo de ellos, se adolece prácticamente de lo más esencial.
Realmente, aunque no lo practico debido a problemas de
salud que me lo impiden, no por ello dejo de verme reflejado, aunque sólo sea
espiritualmente en el buen hacer de
estos deportistas, pues con su ejemplo ayudan a muchos niños y jóvenes a seguir su ejemplo y marcan, al
mismo tiempo un camino de disciplina y rigor, futuro de la construcción de su
personalidad.
Y como colofón final, gracias a todos los que practicáis este digno deporte por
vuestra buena labor.
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